Los autorretratos que William
Utermohlen pintó tras serle diagnosticado alzhéimer ayudan a comprender el
desarrollo de esta dolencia
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William Utermohlen nació el 4 de diciembre de 1933 en South
Philadelphia (USA) en una familia de origen alemán. Estudió desde 1951 a
1957 en la Pennsylvania Academy of the Fine Arts, una de las academias
de arte más prestigiosas de Estados Unidos, y más tarde en la Ruskin
School of Drawing and Fine Art de Oxford, en Inglaterra. Desde muy joven
mostró una clara tendencia por el arte. Le encantaba pintar,
especialmente personas. Es en el Reino Unido donde desde 1957 desarrolla
su obra pictórica. A lo largo de su carrera abordó diferentes temáticas
y estilos, y realizó numerosas exposiciones de pintura a lo largo de
Europa y Estados Unidos.
Autorretrato, antes de padecer alzhéimer (1967). |
En 1995, con 61 años de edad, es remitido a la consulta del Grupo de
Investigación en Demencias del Instituto de Neurología del University
College de Londres para la evaluación de un posible deterioro cognitivo.
Según la información ofrecida por su esposa, Patricia, los problemas de
William se inician aproximadamente cuatro años antes, cuando comienza a
presentar dificultades para abrocharse el cuello de la camisa. Su
esposa describe además problemas en el manejo del dinero, problemas de
memoria y pérdida de habilidades para la escritura. A William se le ve
triste, deprimido y ausente, y no presta atención a lo que le rodea. En
la evaluación que se le realiza se constata un deterioro moderado en
múltiples áreas relacionadas con su funcionamiento cognitivo, y la
resonancia magnética revela una atrofia cerebral generalizada.
A William
Utermohlen le fue diagnosticada una probable enfermedad de Alzheimer
con 65 años de edad. Evaluaciones posteriores realizadas reflejaron un
mayor deterioro progresivo de su funcionamiento cognitivo y una atrofia
generalizada en su cerebro.
En una fase temprana de la enfermedad (1996) |
Diversos medios, tanto científicos, como la revista británica The Lancet (que publica su caso) o la estadounidense Neurology, como periodísticos, como The New York Times
o la BBC, entre otros, han prestado atención al caso de William
Utermohlen en particular, así como a la relación entre arte y demencia
en general. Entienden que la producción artística durante la enfermedad
puede revelar aspectos interesantes tanto de la propia dolencia como de
la experiencia personal de lo que es “vivir”, en el caso de William, con
la enfermedad de Alzheimer.
En el caso que nos ocupa existen otros
elementos esenciales, como son, por una parte, el hecho de que su mujer,
Patricia, sea historiadora de arte y cuidadora de su marido, porque a
través de ella ha llegado un amplio material relacionado tanto con su
actividad artística como con la evolución de su enfermedad, y por otra
parte, el hecho de que aceptaran que se estudiara el desarrollo de la
enfermedad de Alzheimer desde un punto de vista interdisciplinar,
incluyendo, y esta es la novedad, los trabajos artísticos que producía
durante el desarrollo de la misma.
Desde el momento del diagnóstico, la mayor parte de la producción
artística de William Utermohlen se centra en la realización de
autorretratos, “género” que ya había cultivado a lo largo de su carrera y
que supone un esfuerzo de observación personal. A través de los mismos
(realizados entre 1995 y el año 2000) se puede hacer un “seguimiento” de
la evolución de su enfermedad, analizando los cambios en su pintura, y
se puede intentar conocer y comprender, además, cómo fue la vivencia de
su enfermedad. Un autorretrato realizado en 1967 puede servir de base
para el reconocimiento de sus habilidades artísticas, de su precisión,
expresión de emociones, originalidad… y, en definitiva, de la calidad de
su trabajo creativo antes de su enfermedad.
Autorretrato de 1997 |
El análisis de los cambios que se aprecian (algunos dirían “errores”)
en la pintura de William Utermohlen a lo largo de su enfermedad es muy
complejo, y seguramente aventurado y quizá poco riguroso. Qué se debe a
una decisión propia del artista y qué o cuánto a la mella que la
enfermedad hace en su cerebro es difícil de ponderar. Teniendo esto en
cuenta y con el apoyo de la información publicada sobre su caso, se
puede hacer una primera aproximación.
Si se presta atención a la serie
de autorretratos, se observa un cambio rápido y generalizado en las
habilidades artísticas, indicativo del proceso neurodegenerativo e
inexorable que William Utermohlen padece. William, en estos cinco años,
va perdiendo paulatinamente la capacidad de representación espacial, las
relaciones entre rasgos y objetos, entre proporción y perspectiva. Se
simplifica e incluso desaparece el fondo de los cuadros. El color
desaparece y, como si de una metáfora de la enfermedad se tratara, pasa
de vivir y expresar la vida en color, a existir y comunicarla en blanco y
negro. El manejo del pincel se vuelve más burdo, más tosco y, al final,
produce líneas hechas con un lápiz.
Autorretrato de 1998. |
Un año de desarrollo de la enfermedad separa cada uno de los cuadros.
Un año donde el declive de sus habilidades visuoespaciales,
visuoperceptivas y visuoconstructivas es cada vez más evidente. En el
cuadro pintado en 1997 se pueden apreciar los primeros signos de
dificultad en la representación de los rasgos de la cara, tanto de su
estructura como de la relación entre los mismos. Pinta de manera más
burda, y tanto su memoria como su motivación, atención y reconocimiento
visual están ya alterados, y por eso su pintura resulta más tosca y
menos elegante.
Al año siguiente, en 1998, cuando William tiene 65 años,
estos cambios son más pronunciados: existe una clara alteración del
sentido de la proporción en los ojos especialmente, y el fondo del
cuadro, el contexto del mismo, ha desaparecido.
En 1999, el deterioro de sus habilidades constructivas es más
evidente, los rasgos faciales aparecen juntos, borrosos y extrañamente
(des)conectados. Un año más tarde, en 2000, William ya había abandonado
la pintura al óleo y trabajaba con lápices. En este autorretrato, solo
los principales rasgos de la cara son reconocibles y la división de la
misma está formada por una continuación de la mandíbula, que casi se
pliega sobre sí misma. La enfermedad de Alzheimer hace desaparecer “el
rostro de William”, que se pierde entre las neuronas dañadas.
Autorretrato de 1999 |
¿Cómo habrá sido la experiencia de la enfermedad para William
Utermohlen durante estos cinco años? ¿Podemos imaginarla a través de sus
autorretratos? Según el testimonio de su mujer y cuidadora (e
historiadora del arte) y del análisis que otros críticos y especialistas
han formulado sobre su obra, es casi seguro, como diría Laín Entralgo,
que William sintió amenazada su integridad física y psicológica,
amenazada por la soledad, incomunicación, invalidez, pérdida de su yo,
proximidad de la nada.
En el primer autorretrato de 1996 se puede
observar una mirada dura, posiblemente enojada, indignada. Un hombre que
ve cómo su mundo se contrae, se hace más pequeño, se limita, se reduce y
nos mira e interroga desde detrás de los barrotes de esa cárcel, que es
la enfermedad de Alzheimer. La mirada de William tiene todavía fuerza,
aunque también se aprecia desasosiego y posiblemente miedo. Miedo que
acompaña siempre a la enfermedad, y sobre el que, a buen seguro, como
sobre otras emociones, nunca jamás le preguntaron. Miedo, que es hermano
del sufrimiento y la desesperación.
En 1997, su rostro refleja una mirada perdida, extraviada, perpleja,
extrañada. Incapaz de encontrarse a sí mismo dentro de sí mismo, su vida
es un encuentro constante con lo desconocido, donde no puede expresar
la naturaleza de su terrible experiencia. Si comparamos este
autorretrato con el del año anterior, se puede apreciar que su rostro ha
perdido vigor. En la medida en que los rasgos van suavizándose y la
mirada perdiendo vivacidad, William va invisibilizándose y con él se
pierden sus deseos, necesidades y expectativas.
Casi tres años después
del diagnóstico, en 1998, su pintura no es tan refinada y precisa,
aunque a pesar de eso el cuadro transmite intensamente la tristeza,
ansiedad, resignación y debilidad que emanan de su rostro. Sin embargo,
en los dos últimos autorretratos (1999 y 2000), hechos casi cinco años
después del diagnóstico, los rostros aparecen a la vez casi borrados,
demolidos, desestructurados. Como decía su esposa, “es como si William
hubiera asimilado su destino en su pintura: subsistir mientras
desaparece”.
Autorretrato del año 2000, último de la serie. |
Como sucede en los cuadros de William Utermohlen, la enfermedad de
Alzheimer decolora y desfigura a la persona que la padece. Éste es su
proceso. La deshace, en la medida en que su cerebro va muriendo, la
fragmenta y destroza. El día 21 de septiembre se celebra el Día Mundial
de la Enfermedad de Alzhéimer. El caso de William Utermohlen puede
servir para comprender mejor esta enfermedad, así como entender el
sufrimiento de las personas que lo padecen y de sus cuidadores. Mientras
que la atención e investigación trabajan en silencio, para mejorar la
vida de los que la sufren e intentar detener el avance de la enfermedad y
si es posible su curación, es necesario que la sociedad sea consciente
de las necesidades de estas personas y se solidarice con ellas. Dejando
de lado, como dice Albert Jovell, la “soberbia del sano”, debemos cortar
los barrotes que encierran la figura de William Utermohlen en el cuadro
que pinta en 1996.
Esos barrotes verdes, que encierran a William en su
enfermedad, y que significan tanto las barreras que la enfermedad
conlleva como las que la sociedad y sus ciudadanos ponemos a las
personas que sufren demencia y a sus cuidadores. William Utermohlen es,
además de todo lo anterior, un notable testimonio de la capacidad humana
y creativa que tienen las personas que sufren demencia.
Fuente: Javier Yanguas - elpais.com/
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